Los Duros Comienzos:

La historia nos lleva al año 1811. La Astronomía de la época aún conserva el “estilo antiguo” El límite externo del Sistema Solar es Urano descubierto en 1781 por Herschel. Los asteroides son muy jóvenes para el hombre, acaban de cumplir diez años. Abundan en el cielo objetos de aspecto luminoso que no se sabe si son cercanos o están en los confines de lo conocido; tampoco se sabe dónde termina lo conocido. Hay estrellas que aguardan – con paciencia – un ojo humano para que las observe e interprete su misteriosa luz Se sospecha la existencia de Neptuno y Plutón aún recorre los oscuros y lóbregos senderos de la anonimia.

Hay mucho por hacer. El aspecto nebuloso y lechoso del cielo en las noches sin luna, llama la atención de algunas mentes inquietas pero, claro, esas nubes están en la dirección del Escorpión, que con su tamaño de gigante asusta. Su aguijón, cargado de veneno, es el perfecto guardián que vela por la seguridad del castillo celestial.

Hay mucho por hacer. Las Nubes de Magallanes tan sólo son una mención vaga e inexacta en el libro de viajes del intrépido lusitano. Aguardan por doquier estrellas dobles y sistemas triples. Estrellas rojas y estrellas azules. Estrellas enormes y estrellas enanas.

Hay mucho por hacer. El cielo del sur está prácticamente inexplorado.

En San Juan, lejos de todo centro científico abocado al estudio del cielo o de cualquier intento de investigación, nace Domingo Faustino Sarmiento. Sin duda que nada hace sospechar que el chiquillo que se pasa las horas leyendo a la sombra de una higuera, cuyas hojas aplacan el ardiente sol sanjuanino sería, con el correr de los años, el iniciador de la astronomía Argentina. La banda presidencial atravesó su pecho y al igual que los cruzados del pasado salió, no a conquistar tierras perdidas, sino a ganar mentes. A crear y no a destruir.

El 24 de octubre de 1871, Sarmiento cristalizaba la visión que le inspirara Urania: inauguraba el Observatorio Astronómico de Córdoba y con él, la actividad científica en el país.

Como siempre, muchos fueron los detractores -y otros tantos los panegiristas- a la idea revolucionaria de Sarmiento. Mirar hacia las estrellas en un país donde las necesidades de su población aconsejaba o exigía dirigir la vista en sentido horizontal, hacia la gente, parecía un emprendimiento descabellado: tal vez por eso, en su discurso inaugural, el Gran Sanjuanino manifestó: “… debemos renunciar al rango de Nación, o al título de pueblo civilizado si no tomamos nuestra parte en el progreso y en el movimiento de las ciencias naturales”

Para concretar sus sueños, Sarmiento contrató a uno de los mejores astrónomos de aquél entonces: el Dr. Benjamín Gould, de los Estados Unidos. Gould y su grupo llegaron al país casi un año antes de la inauguración oficial del observatorio. Desde un primer momento, y contando tan sólo con un pequeño par de binoculares como instrumental científico, dirigieron la vista hacia el cielo de la nocturna Docta cincelando en el papel y en la mente las maravillas del cielo del austral. Entonces, el amenazante aguijón del Escorpión y la mirada altiva del Centauro, cedieron hasta caer rendidos ante las tremendas ansias de saber de los amantes de la noche.

Trabajaron sin descanso, sedientos de cielos despejados y de estrellas brillantes. Trabajaron sin descanso hasta que por fin el soplido de luz del nuevo día alejó las tinieblas del negro profundo. Cuando llegó el gran momento, Gould dijo: “… esta noche, cuando la luna se ponga y las estrellas brillantes vayan pasando una en pos de otra, no habrá tina que haya escapado a los ojos de los astrónomos de vuestro observatorio” ¡ Trabajaron tan arduamente que antes de tener un simple telescopio ya habían observado más de siete mil estrellas! Manía y locura que en sólo en los grandes es admisible.

Las observaciones precisas y los cálculos exactos se fueron acumulando y llenando páginas, llenando libros, llenando la historia del cielo de números argentinos. Los catálogos se sucedieron y muy pronto comenzaron a recorrer el mundo del saber la Uranometría Argentina, el Catálogo de Zonas Estelares y el Catálogo General Argentino. El desafío estaba lanzado, y si bien en numerosas oportunidades el Observatorio de Córdoba estuvo a punto de ser cerrado por falta de presupuesto o personal. la prudencia y el sentido lógico primaron sobre las adversidades y se continuó, sin descanso, en la paciente -y no siempre gratificante- tarea de mirar hacia arriba.

Así, con dificultades y amarguras, pero también con éxitos y logros positivos, empezó a rodar el carro de la ciencia que tirado por las nueve musas esparciría por las pampas sin fin, por el Andes majestuoso, por el gélido sur y por el ardiente altiplano los murmullos del saber y del entendimiento.

El observatorio de Córdoba sería tan sólo la primera cuenta de un rosario que se empezaba a armar.

Por el este, los vientos del progreso también desparramaban ansias de aprender, de conocer, de doblegar hasta el final el temerario Escorpión, de navegar las aguas del Erídano o de arrodillarse ante la magnificencia de la Cruz del Sur

De Nuevo en San Juan

En el pacífico y tranquilo San Juan, la vida y la actividad de todos los días transcurría sin mayores inconvenientes. Lejos de los grandes centros urbanos del este San Juan estaba más preocupado por la reciente muerte -lejos del terruño- de uno de los suyos. Más preocupado por sus vides, por el fruto anual de su tierra, por su viento zonda que por lo que un anteojo astronómico podía sacarle a una noche llena de estrelladas.

El nuevo siglo vio caminar por la empedradas calles a un apuesto -alto y gallardo- joven de 17 años que llevaba en su cabeza, tal vez sin advertirlo todavía, proyectos de grandeza que darían a la astronomía argentina un nuevo impulso. El Ing. Félix Aguilar sería, en efecto, el creador de la escuela de astronomía y geodesia dependiente del Observatorio de La Plata y el iniciador, si se quiere, de un método riguroso de trabajo destinado a llevar a un sitial de honor a la ciencia del cielo.

Ingeniero Félix Aguilar

Aguilar murió el año anterior al gran terremoto pero, y a pesar de su pronta y repentina desaparición, había dejado en otros emprendedores como él, el amor por las estrellas y por el trabajo duro y hecho a conciencia.

Llegaron a San Juan hombres como los Dres. Bernard Dawson, Carlos Cesco y Juan Nissen. Llegaron no siguiendo las órdenes de don Félix -como cariñosamente Cesco llamaba a su profesor- sino por el afán de enseñar y devolverle a la ciudad cuyana lo mucho que ellos, a través de Aguilar, habían recibido.

Alguien se enteró que por ahí, casi olvidado en un cajón. había un pequeño telescopio que en alguna oportunidad perteneciera al Sr. Juan Carullo. Logrados los arreglos legales del caso, se pudo rescatar un interesante conjunto de elementos que, si bien no se comparaban con los “grandes cañones” de Córdoba o La Plata, si permitirían hacer una modesta -pero interesante- contribución a la astronomía. Así, un 28 de septiembre de 1953, se inauguraba el tercer observatorio astronómico de Argentina que. como reconocimiento a una 1 y fructífera labor en el área, se llamaría “Observatorio Astronómico Félix Aguilar”.

La puesta en marcha de la nueva institución fue como la fertilización de una semilla desprendida del árbol de la ciencia que Sarmiento plantara en Córdoba, y que los vientos del tiempo arrastraran hasta la cálida tierra de San Juan donde, con la ayuda del agua de su río y el tesón de su gente, todo crece.

La Vía Láctea Gira

La incipiente astronomía sanjuanina fue orientándose, un poco por vocación propia y otro poco por necesidad, hacia la astronomía de posición es decir, hacia el fanatismo de conocer a ciencia cierta y casi sin error, la verdadera posición de una estrella. Este había sido el campo en el que Aguilar había educado a sus mejores alumnos.

Muy lejos de Cuyo hacía tiempo que una idea daba vueltas en la cabeza de los grandes investigadores de la época: adentrarse lo más posible en nuestra propia galaxia, llegar hasta sus confines. Conocer sus movimientos, sus glorias y sus defectos.

La evolución del pensamiento humano y el advenimiento de nuevos y modernos telescopios habían permitido cambiar, poco a poco. el concepto de aquel “sendero en lo alto del cielo que brilla con luz propia “ que describiera Ovidio en el Libro de las Metamorfosis.

Con el correr de los años la astronomía había concluido que el aspecto lechoso de esa franja luminosa, se debía a la concentración de miríadas de estrellas: objetos que, por decisión propia u obedeciendo a la organización divina, habían decidido ceñir su existencia a una zona común en un cielo donde, curiosamente, lo que más sobra, lo que más abunda, es el espacio.

A comienzos del siglo XVIII, el astrónomo inglés Edmund Halley había anunciado un fenómeno hasta entonces desconocido: “… las estrellas, concluyó Halley después de comparar sus mediciones con las realizadas por observadores griegos, poseen un movimiento propio es decir, hay alguna fuerza -misteriosa y extraña- que obliga a estos puntos de luz a moverse, a vagar por el cielo tal cual lo hacen los planetas…” Lo que Halley había encontrado no era otra cosa que la comprobación de una ley anunciada por su amigo y maestro Isaac Newton: La Ley de Gravitación Universal.

Pero, ¿ los movimientos propios anunciados por Halley eran una particularidad de algunas pocas estrellas o una propiedad común a todas ellas ? Algunas confirmaciones aparecerían a principios del siglo XIX cuando el monje italiano Piazzi comunican el movimiento propio de una de las estrellas de la constelación del Cisne (en hemisferio norte). El objeto estaba animado de tal velocidad que Piazzi la llamó “la estrella voladora” A partir de entonces, la determinación de movimientos propios estelares se transformó en una nueva disciplina de la Astronomía de Posición.

Las estrellas de nuestra Galaxia se mueven! ¿ Será un movimiento caótico o seguirán una dirección determinada? ¿ Significa esto que la Vía Láctea rota, que gira en torno a algún eje o es consecuencia del desplazamiento de la Tierra alrededor del Sol? Estas preguntas atormentaron a las mentes de muchos teóricos. Rápidamente se propusieron distintos programas de observación a fin de medir la posible rotación de la galaxia: todas las propuestas pasaban por la determinación de los movimientos propios de las estrellas, trabajo indicado por los centros de astrometría, como el Observatorio Félix Aguilar.

Desde el Norte Hacia el Sur

A principios de la década de los cuarenta, el Observatorio de Lick -en el estado de California de los Estados Unidos- comenzó, bajo la dirección del Dr. William Wright, un programa masivo orientado hacia la determinación de movimientos propios estelares; la gran novedad era que como punto de referencia, el cero del sistema en otras palabras, se tomaba a las galaxias externas. Los universos islas de Kant y Hublle, verdaderos complejos de estrellas y nubes de gases y polvos, se transformaban en verdaderos hitos a partir de los cuales se concluiría sobre el eterno girar de la Vía Láctea.

Corre el año 1952 y las Universidades de Yale y Columbia de los Estados Unidos deciden iniciar una marcha hacia el sur. Vienen en busca de algún lugar apropiado para instalar un gran telescopio convertido en cámara fotográfica. La misión: retratar el cielo del hemisferio sur con el objeto de medir el desplazamiento de las estrellas australes.

Después de escalar cerros y lomas -a veces un tanto inaccesibles- el cielo de Calingasta que no es otro que el cielo de San Juan, el de Sarmiento y el de Aguilar abrió su manto nocturno para mostrar a los aguerridos aventureros un camino de estrellas que brilla con fulgor propio. Ovidio tenía razón.

La Universidad de Cuyo en un principio y la de San Juan después dijeron sí, queremos ser partícipes de una empresa que mira hacia arriba, que a pesar de tener fines que están lejanos en el tiempo, grabarán a fuego la historia de las estrellas que se mueven.

Un 31 de marzo de 1965 el gran cañón disparó un tiro certero y congeló para siempre en el espacio y en el tiempo, cientos, miles de estrellas sureñas: muchas de ellas invisibles desde el hemisferio norte.

El tiempo no detuvo su marcha, ¡ nunca se detiene ! Los años fueron cubriendo de canas cabezas pioneras. Más de una tumba se abrió para tragar despojos y esfuerzos. Así los que llegaron para cumplir el sueño de Aguilar se fueron a volar por el cielo que tanto amaron. Un observatorio astronómico, un verdadero altar para la astronomía, hoy alza desafiando los vientos terrosos del Valle de Calingasta, el nombre de uno de los grandes: el del Dr. Carlos Cesco.

Muestra de distintos tipo de placas y emulsiones.

Las placas fotográficas se fueron amontonando; todas ellas llevaban en su seno un trozo de cielo sanjuanino arrancado a una noche despejada y sin luna, que es cuando las estrellas brillan más, tal vez para imitar la blanca y engañosa belleza de la reina y señora de los mares.

Hoy las placas fotográficas se cuentan de a miles. Ya es tiempo de sacudir el polvo que los años depositaran sobre el vidrio frío: fotografiar nuevamente la media esfera que va desde el ecuador hasta el mismísimo polo sur celeste, medir, comprar y estrujar con la mente el néctar de los números; de la misma manera que el lagar exprime al racimo para obtener el fruto del trabajo digno.

Aún hay que esperar. será cuando el calendario marque el 2010 o el 2015, cuando los movimientos propios, añejados con el esfuerzo y la paciencia de casi medio siglo, vean la luz de la ciencia. Sólo entonces le confiarán al hombre los secretos movimientos de la Vía Láctea.

Asteroides y Cometas . . –

pequeños puntos de luz que viajan por los fríos caminos del espacio interplanetario. Muchos llevan en sus entrañas los rumores y quejidos de un Sistema Solar en formación, por eso son importantes para la astronomía, para la ciencia, para la humanidad.

Normalmente estos objetos dejan su impronta de brillo en las placas fotográficas como cortos trazos de luz que hablan de su movimiento. Año tras año sus imágenes se han acumulado en los archivos del Observatorio Félix Aguilar; hoy suman más de seis mil y ponen a los telescopios que descasan en la tierra de Sarmiento entre los más activos del cielo del sur.

Muchos de los asteroides que pueblan el Sistema Solar se dejaron ver por primera vez a los ojos de los sanjuaninos. Como agradecimiento por este regalo de piedras preciosas, y en reconocimiento a la actividad de aquellos que hicieron crecer y prosperar a la ciencia argentina, es que esos objetos. descubiertos en la tierra del Sol, fueron bautizados con los nombres de San Martín, Belgrano, Sarmiento, Aguilar, Housay, Leloir, Carestia. Mira y tantos otros que con su sudor y entusiasmo allanaron el camino del saber.
Cae El Telón

La noche se despide de sus admiradores escondiendo a las estrellas, como protegiéndolas del sol abrasador que se desespera por salir en el horizonte del este.

La noche termina. El nuevo día comienza y a éste le seguirá otra noche cargada de planetas, asteroides y cometas, tal cual viene sucediendo desde el comienzo del tiempo.

Los números y los pensamientos; las ideas y las sospechas irán detrás de aquellas estrellas esquivas que en su movimiento llevan un poco de la rotación de la Vía Láctea. Por los campos del espacio, Urania seguirá esparciendo su manto de misterios y desafíos invitando al hombre a la aventura, a desarrollar su imaginación: a tratar de averiguar lo que con tanto trabajo la naturaleza del cielo modeló después de miles de millones de años.

El horizonte aún está lejos, pero no es inalcanzable. Algún día podremos responder al ¿ cómo ? y al ¿ por qué ? Tan solo es cuestión de tiempo.